Hoy leí una publicación de Carolina en Linkedin, donde comentaba que las familias nuevas llegaban a Bellelli preguntando: “¿es cierto que aquí los niños hacen lo que se les da la gana?”
Y en ese momento recordé que hace tiempo quiero escribir sobre nuestra experiencia en Bellelli. Y contarles a esas familias llenas de dudas, que aún cuando van a encontrarse con una libertad pocas veces vista, no, los niños allí no hacen lo que se les da la gana.
Cuando nos mudamos a Costa Rica, en abril de 2015, nuestros hijos tenían cinco años y habían hecho sus dos primeros años de Jardín de Infantes en Argentina, en una escuela de Pedagogía Waldorf. Llegamos un jueves a San José y el lunes siguiente estábamos, los cinco, emocionados y listos para nuestra primera visita a Bellelli.
Un mes antes había comenzado la búsqueda. Íbamos a vivir en los alrededores de San José y no había jardines Waldorf por la zona. Sabíamos que una escuela tradicional no era opción para nuestra familia en ese momento y luego de algunos días buceando en internet encontramos a Bellelli. Lo primero que nos llamó la atención en su sitio web fueron las imágenes: el cuidado a los ambientes tanto dentro como fuera de las salas, la atención a los detalles y las pequeñas cosas, el peso que se le daba a las creaciones de los niños. Todavía guardo el correo que le envié a mi mamá, contándole lo felices que estábamos por el hallazgo. Luego de unos cuantos emails intercambiados, decidimos tener una conversación telefónica con Karla, y en ese mismo momento supimos que habíamos encontrado nuestro Jardín en Costa Rica.
Lo que no podíamos saber ese lunes primero, cuando la vista de Escazú desde de aquel parque de ensueño nos demoró el paso y aceleró el pulso, era todo lo que vendría de allí en adelante. La libertad que experimentamos en Bellelli fue de dimensiones únicas, tanto para los niños como para los adultos. Al día de hoy no he vuelto a encontrar una escuela plenamente abierta a las familias: recuerdo a una abuela que había llegado de visita desde Inglaterra pasando mañanas enteras en la misma sala que su nieta. No se requerían permisos ni anticipaciones, las interacciones de las familias con los niños y las maestras eran siempre bienvenidas, se consideraban aportes y nunca interrupciones. Creo que en parte a eso le debo también a Bellelli haber encontrado allí a miembros importante de mi tribu: los lazos creados perduran y el cariño se mantiene vivo como entonces, a pesar de la distancia y el tiempo.
Los niños, sobre todos los más grandes, podían moverse libremente entre las salas, siempre de manera acordada y respetuosa. Si encontraban limones maduros en el limonero del parque y querían hacer limonada, sólo tenían que pedirlo y todo lo que necesitaran se ponía a su disposición. En Bellelli fui testigo de uno de los mejores y más bonitos ejemplos de un currículo guiado por el propio interés de los niños. Luego de haber sido invitados a su primer cumpleaños en Costa Rica, mis hijos estaban fascinados por las diferencias en los modos de celebrar y les propusieron a María y Pamela, sus maestras, organizar una fiesta en el Jardín. Ellas tomaron la idea y la exprimieron al máximo. Todos los niños de la sala, con edades comprendidas entre los 3 y 5 años participaron en el diseño y la ejecución del proyecto. Ellos decidieron que iban presentar una obra de títeres, que iban a invitar a los niños de las otras salas y a sus familias. El festejo se haría en el parque, eligieron la música que querían escuchar y el menú para los bocadillos. Para saber el número de invitados que tendrían dibujaron un mapa con las salas y dentro de cada sala un punto por cada niño y cada maestra, y luego contaron juntos los puntos que habían marcado. Diseñaron las invitaciones y los mayores escribieron los nombres de los destinatarios. Crearon un guión para el teatro de títeres e hicieron sombreros de fiesta para los invitados. Para eso tuvieron que resolver situaciones prácticas de manera creativa: cómo medir el papel para que el gorro realmente entre en la cabeza, cómo pegarlo una vez cortado, cómo atarlo para que no se caiga. El día del festejo recibían a las familias orgullosos y felices. Ellos lo habían logrado. Recuerdo que en ese momento pensé en lo importante que es reconocer que los niños de cualquier edad son capaces, que pueden, y que hasta donde pueden a veces depende de hasta donde llegue la mirada del adulto que guía y acompaña.
Por eso empecé diciendo que no, que en Bellelli los niños no hacen lo que se les da la gana. En Bellelli los niños proponen y son escuchados, sus ideas valoradas y reconocidas. En un entorno cuidado, donde la libertad está basada en el respeto y los acuerdos comunes, donde las maestras están atentas a los intereses y las oportunidades de aprendizaje que se presentan, los niños juegan, observan, dibujan, construyen, inventan, modelan, experimentan, crean, cocinan: los niños aprenden. Aprenden sobre la naturaleza y sobre el mundo, sobre las personas y las comunidades que estas forman. Aprenden que ellos son parte importante de esas comunidades. Aprenden sobre sí mismos y sobre los demás.
Han pasado seis años ya, nuestros hijos van a comenzar Middle School en una escuela pública de Wichita, Kansas, el próximo otoño. Hemos sido afortunados. Cada escuela de la que hemos sido parte ha dejado una huella profunda y amorosa en nuestra familia. Agradezco infinitamente que Bellelli haya sido parte crucial de esa experiencia. Por siempre tendrá un lugar especial en nuestros corazones y en nuestras vidas.
Autora: Eliana Martínez, mamá Bellelli