Tengo pocos buenos recuerdos de mi escuela. De los amigos sí, claro; también de los recreos y de los paseos. Pero aún si me esfuerzo, no consigo recordar una clase que fuera realmente emocionante, retadora o el aprendizaje emotivo. Mis maestros (con sus excepciones) arrastraban las lecciones siempre contra reloj. Mi escuela tenía una política de puertas abiertas, en otras palabras, al que no le gustaba o no calzaba, tenía la puerta abierta para irse.
Esa escuela no es muy diferente a la que muchos niños asisten hoy. Una donde el currículum es más importante que el alumno, que las clases se imparten de la misma forma aunque los niños cambien y las épocas también. La pandemia desnudó el cascarón oxidado, impersonal de esa escuela, así como las brechas cada vez más acentuadas entre la educación pública y la privada. En unos casos, sin poder dar continuidad a los procesos educativos (En Costa Rica, solo el 33% tienen acceso a internet) y en otros, más preocupada por justificar el pago de mensualidades que por el bienestar de sus alumnos y maestros.
Hoy más de 90 mil estudiantes han abandonado sus estudios y muchos más lo harán antes del regreso seguro a las aulas. ¿Se está aprovechando este tiempo para plantear cambios sustanciales en el modelo educativo?, ¿cuántos centros o el mismo Ministerio está revisando la pertinencia de sus currículos?, ¿es esta la educación que le esta sirviendo a Costa Rica para que los costarricenses gocemos de un mejor país?
Una nueva escuela debería esperar a los niños a su regreso y son muchos los ámbitos desde dónde es posible trazar rutas. Como artista y educadora, es mi responsabilidad abogar por una educación viva, plural, emocionante. Si, porque el aprender debería ser una de las experiencias más ricas y complejas a las cuales podemos acceder como seres humanos. Aprender debería ser un placer, no planteado desde el libertinaje o el facilísimo pero sí como quien busca en ese proceso un sentido de visión, próposito y sueños.
Esa nueva escuela debería priorizar lo múltiple ante lo homogéneo para reconocer y DAR VALOR a las distintas formas de ser y aprender de cada uno. Desde esa ética, la danza, el deporte, la música, el teatro, el arte no son materias “extracurriculares” sino pilotes desde donde se articulan el resto de las materias. En esa lógica, el aprendizaje no pasa solo por la cabeza como un ente aislado, sino es un proceso corporal, vivo, conectado y en interrelación con el ambiente y con los otros. Va más allá de largas jornadas frente a la pizarra (o al computador); es una experiencia que SE CONSTRUYE en y desde la comunidad.
Una nueva escuela es posible. ¿Cuánto tiempo más se necesita para cambiar?, ¿vamos a desaprovechar esta oportunidad que nos ofrece la pandemia?
Escrito por: Valeria Rodríguez, atelierista Bellelli Educación.