“La valentía le dice a la boca que hay que ir donde uno quiere.”
Mi mamá me dio uno de los más grandes regalos y fue el amor al arte. En nuestra casa había una biblioteca repleta de literatura y en mi cuarto material diverso para la exploración artística. Creo que para quienes hemos crecido en esos contextos, el arte es un llamado al que no podemos huir: es la manera en que vemos -pero sobre todo- la forma en que sentimos el mundo que nos rodea. Cuando ella murió, el arte fue el salvavidas que me permitió sobrellevar el dolor y ahora (años más tarde) es mi trabajo, mi forma de resolver problemas y sigue siendo el camino para conectarme con los otros y con lo más profundo de mi esencia.
Por eso, para mí el atelier nunca será una clase de arte, si no un espacio donde los niños -desde la libertad- pueden darle forma a las imágenes que habitan en su corazón. Este proceso, en el contexto educativo, es una oportunidad necesaria que les ayudará a llevar una vida más plena, a ser empáticos con las necesidades y deseos de los otros: un recurso indispensable para generar sociedades más justas. Para Camnitzer, artista uruguayo, “La integración entre arte y educación se traduce en cuestionar los sistemas de orden como nos lo presentan, en buscar sistemas de orden alternativos, en entender el mundo como un complejo de configuraciones y no de datos aislados. Se trata entonces de explorar lo que no sabemos, en lugar de sólo explorar lo que ya saben otros”. (Luis Camnitzer, mayo, 2017)
Bajo esta mirada, este año decidimos trabajar de una forma un poco diferente a los otros años. Cada semana, dispuse de materiales, herramientas y soportes muy diversos pero sin esperar nunca un producto en concreto y dejando en todo momento que fueran los niños los que lideraran sus propios procesos. Confieso que este camino estuvo lleno de incertidumbre, pero con el acompañamiento de todo el equipo, me aventuré con los niños a un viaje sin destino fijo. Al permitirme esto, pero sobre todo, al darle este regalo a los niños descubrí el mejor de los resultados: un espacio en donde los niños podían expresar sus emociones sin juicios de valor.
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De esta plataforma de trabajo recuperé hermosas frases de los niños sobre sus emociones y de cómo las ubican en su cuerpo. Muchas veces los diálogos sucedían en una de las mesas del taller y conectados por un hilo invisible otros niños hacían bellas creaciones relacionadas con lo conversado. A veces, el simple hecho de ver cómo los niños hacen un enorme esfuerzo para abrir una goma, me abría un portillo para hablar sobre su fuerza interior o una lucha de espadas para hablar sobre el miedo.
Las reflexiones formuladas por los niños en torno a sus sentimientos son espejo de la belleza y la sabiduría de la cultura de la infancia. Al compilarlas, el resultado es un poema al alma humana, una conexión al universo espiritual.