Escuelas donde cada niño sea protagonista y deja huella

Reggio Emilia. Esta ciudad italiana ha sido referente en el mundo para soñar una escuela donde se construye democracia y donde se visibiliza el potencial de la infancia. Hablar de Reggio es hablar de una educación que es también política, cultural y social. Hacemos política cuando decidimos cómo miramos a los niños, qué espacios les abrimos, cómo nutrimos su pensamiento crítico y cómo tejemos relaciones con ellos.

Mi primer viaje a Reggio Emilia fue en el 2009. Este mes estuve por octava vez y ha sido una profunda inmersión en la belleza de la pedagogía de la escucha, de las relaciones y de los múltiples lenguajes.Como representante de Costa Rica, compartimos ideas, emociones, certezas e incertidumbres sobre temas de actualidad: sostenibilidad, participación, género y la complejidad del pensamiento de los niños.

En esta formación titulada “La documentación y los 100 lenguajes”, tuvimos jornadas intensas, tanto teóricas como prácticas. Nos sumergimos en la arcilla, el papel, la gráfica, la fotografía... pero sobre todo, nos sumergimos en una manera de estar con los niños, de dialogar con su pensamiento y construir conocimiento desde la experiencia compartida. Reggio insiste: la pedagogía no se planifica, se proyecta desde la escucha. Es un hacer que se transforma en teoría y una teoría que se alimenta de lo vivido.

Entre los aprendizajes más potentes que me llevo, el primero es la participación como un valor. No como una acción puntual, sino como una postura ética. La familia, la escuela y los niños forman una triada imprescindible. Participar no es solo asistir; es dialogar, es estar presente, es construir comunidad y significados compartidos. Reggio lo vive con fuerza: las familias están invitadas a ser parte activa de los procesos, a habitar los atelieres, a conocer los conflictos y descubrimientos de sus hijos, a pensar juntos el presente y el futuro.

Otro aprendizaje que me atraviesa profundamente es la complejidad del pensamiento infantil. Los niños nacen siendo capaces, buscan significados constantemente, y sus ideas están llenas de conexiones e intuiciones que desafían al adulto. Nuestro rol es el de escuchar, sorprendernos, hacer preguntas imposibles, devolverles sus pensamientos para que los vean y los resignifiquen desde la complejidad. En Reggio, el pensamiento de los niños se documenta para visibilizar el proceso de aprender a aprender.

Y por supuesto, no puedo dejar de referirme a la metáfora de los 100 lenguajes. Loris Malaguzzi (1920-1994) nos recuerda siempre que los niños tienen muchas formas de expresarse, pero muchas veces la escuela solo valida unas pocas. Reggio nos desafía a ampliar la mirada, a pensar en el cuerpo como lenguaje, en los gestos, las imágenes, los sonidos; a no separar emoción de cognición. A ofrecer contextos vivos, ricos, que permitan a cada niño dejar su huella, construir sentido, ser protagonista.

Una escuela que se proyecta desde esta mirada no puede tener espacios cerrados. La ciudad se convierte en una extensión del salón y por eso la importancia de tender puentes. El diálogo con el entorno, con lo cotidiano, con las problemáticas reales, es fundamental. Pintar en la calle sobre lo que observan, escuchar los sonidos del barrio, pensar soluciones para un parque, visibilizar a los niños como ciudadanos activos. Es decir, una ciudadanía vivida y no solo nombrada, desde los más bebés.

Y entre todos estos aprendizajes, hay uno que me mueve de manera personal: el valor de las diferencias. En Bellelli (nuestra escuela) abrazamos la diversidad como riqueza. Mi historia y mi cuerpo, me llevaron a buscar un lugar donde la diferencia fuera vista como posibilidad. En Reggio encontré esa mirada: niños con derechos especiales, no con necesidades especiales. La diferencia se celebra, se integra, se escucha, como eje transversal de un proyecto educativo. Evitemos los pensamientos cerrados, las generalizaciones y las miradas estereotipadas, y en cambio promovamos un pensamiento democrático, presencia y tener consciencia del lenguaje que utilizamos.

Volví a Costa Rica con la certeza de que hay muchas comunidades en el mundo que también sueñan con una educación distinta, más humana, más sensible, más bella. Además, con la convicción de que la belleza es un derecho. En Reggio, la belleza se vive en la organización, en los materiales, en la estética del ambiente, en la documentación que narra las historias de los niños. El atelier se vuelve entonces un espacio político, porque hacer visible lo invisible es un acto político. Todo esto me confirma algo: educar es investigar, es vivir en comunidad, es proyectar con los otros. Carla Rinaldi lo dijo con palabras que hoy resuenan fuerte en mí: “Cada día no es una caja cerrada, sino un tiempo para construir con los demás”. Esa es la promesa que quiero hacerles desde nuestra comunidad de aprendizaje inmersa en la naturaleza. Sigamos construyendo una escuela que escucha, que documenta, que cree en los niños. Sigamos proyectando juntos.

Carolina García Sánchez, Máster en Psicología de la Educación

Directora y fundadora de Bellelli Educación