Cuando comenzaron los primeros casos de COVID-19 en Italia, yo me encontraba allá en una conferencia. Luego de miles de vueltas absurdas logré llegar a Costa Rica pero entré en aislamiento voluntario por 2 semanas- desde ese momento comenzó la relación de mis hijas (de 1 y 4 años) con las videollamadas diarias.
Ya han pasado 3 meses desde ese viaje, desde esas primeras llamadas que me partían el alma sabiendo que estábamos a 5 minutos pero no nos podíamos ver. En ese momento jamás me hubiese podido imaginar que las pantallas -de las que tanto habíamos huido como familia- iban a ser parte de la cotidianidad de nuestras vidas.
Como Directora de Bellelli, fui parte del diseño de nuestro programa presencial a una versión en casa. Intentamos todo desde un principio: muchas experiencias sensoriales, enviar materiales a casa con material abierto para continuar el juego libre, visitas a los chicos en caravanas, etc. Sin embargo, hay un factor virtual que prevalece, es a través de las pantallas que los chicos se encuentran con sus maestras y sus amigos. Recuerdo que al principio de todo esto mi hija de 4 años me decía que no le gustaba conectarse porque todo el mundo la veía a ella (refiriéndose a las ventanas de todos los participantes a la vez), esta hija mía acostumbrada a estar siempre con su tribu de amigos, con sus árboles y sus botas simplemente no se hallaba frente a la computadora llena de cuadritos que la veían.
Pasó el primer mes y comencé a ver cómo ya no quería conectarse, sólo disfrutaba las llamadas individuales con sus maestros, en las que dibujaban juntos y hablaban, eran llamadas en las que procesaba mucho. Aparte de eso, cualquier otro tiempo frente a la computadora era una pelea y una batalla que decidí no luchar a partir del segundo mes.
Es así como llegamos a la decisión en mi familia de hacer una desintoxicación virtual, aquí les cuento mis lecciones en este proceso:
Las relaciones no son bidimensionales: las relaciones son complejas, ríen, comparten, huelen, corren. Intentar suplantar el sentimiento de cercanía física a través de una pantalla es un imposible.
Nadie se va a atrasar: en esta época hay muchas cosas que aprender, lo académico no llega a la lista.
El valor de lo cotidiano: comenzamos un proceso de aprendizajes para la vida que iban desde aprender a barrer hasta tostar el pan. Descubrimos lo mucho que nos gusta hacer nuestras propias galletas y que somos muy buenos escribiendo cartas para las personas que extrañamos o dibujando arco iris.
La pantalla como diversión y no como tarea: aprendimos a disfrutar el que nuestra hija vea sus programas favoritos, esa también es una forma de divertirse. Designamos horarios donde las pantallas son un no negociable pero establecimos momentos para romper las reglas también. Por ejemplo, todos los viernes cenamos frente a la tele haciendo una ronda de cine familiar (que es un nombre elegantísimo para decir que vemos un episodio de Paw Patrol mientras comemos pizza).
Modelamos nuestra relación con las pantallas: también definimos momentos en los que no estamos conectados nosotros como adultos. Si bien estos meses han sido de muchísimo trabajo virtual para mi esposo y para mí, hay ciertos momentos del día en los que estamos juntos, sin interrupciones, solos y conectados… y no voy a mentir, hubo días en los que sólo nos podíamos alejar por ratitos para darles de comer o para bañarlas, pero esto se hablaba y les explicábamos el por qué papá y mamá tenían que trabajar tanto. Mi esposo y yo establecimos horarios en los que las reuniones importantes de uno eran en la mañana y la del otro en la tarde, para así poder estar con ellas sin un teléfono o una computadora de por medio.
Le dijimos adiós a la culpa: a no sentirnos culpables si era la única niña que no se conectaba a la asamblea, a no sentirnos culpables si ese día había visto más televisión de lo que nos hubiese gustado, a no sentirnos culpables si le toca hacer cosas de forma independiente.
Han sido meses complejos para todos, estamos rodeados de un estrés tóxico a niveles inimaginables. Como mamá y como profesional, pido que aboguemos por nuestra salud mental y la de nuestros hijos, que podamos defender - y proteger- su derecho a aburrirse, a entrar en conflicto, a extrañar y también a decidir cuándo ya basta de deberes virtuales. Esta generación de niños probablemente tenga que estar frente a una computadora por el resto de sus vidas, este no tiene que ser el comienzo. Pido que seamos protectores de sus sentimientos, que los acompañemos en sus regresiones, que ayudemos a traducir las conductas que no entienden y que confiemos en su gran potencial, ellos van a estar bien.
Escrito por: Karla Staton, mamá y directora de Bellelli.