Un llamado al amor y la compasión

Escrito por: Valeria Rodriguez - Atelierista Sr. y Sara Mejía - Maestra Prekinder

Noah (3 años) toma de la colita a una lombriz. Mientras la pequeña se mueve desconcertada entre sus dedos, él la acaricia con cuidado y la traslada de una mano a la otra. Martina (3.5 años) que está cerca, quiere ser parte de la experiencia y coloca su dedo en la mesa invitando a una nueva lombriz a subirse en su mano. Al mirarnos, ella nos dice que para no tener miedo de tocarla, necesitamos respirar suavecito y contar 1, 2, 3.

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¿Cuántos adultos, por instinto o costumbre, al mirar un gusanito hacemos cara de disgusto?  Sencillamente porque nos sentimos mejores que, dueños de… Sin embargo, en esta escena Noah y Martina nos invitan a reflexionar sobre nuestra relación con los otros. Ellos, al igual que el resto de niños de Prekinder  han aprendido a amar a las lombrices y por tanto, a cuidarlas. Entienden que existen diferencias entre ellos; como que los “pelitos de las lombrices son para caminar” y los de ellos “para ser más suavecitos”. Pero a pesar de las diferencias, saben que ambos tienen sangre y que hay “mamás lombrizas con huevitos en sus panzas”,  al igual que sus mamás cuando los tenían a ellos o a sus hermanitos en su vientre. 


Este amor por las pequeñas los llevó a descubrir sus casas: los túneles. Estos espacios, por lo general oscuros y fríos, los hizo encontrarse con emociones no tan agradables como el miedo y la soledad. Sin embargo, su curiosidad por explorarlos los impulsó a buscar estrategias para vencer estos sentimientos. Al atreverse y ayudarse unos a otros, descubrieron que la valentía y la amistad también pueden estar escondidas y que para hallarlas sólo necesitamos aceptar nuestra vulnerabilidad y confiar enteramente en lo que somos capaces. 

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Un proyecto de lombrices de Prekinder puede parecer banal, “cosas de niños”. Todo lo contrario. En un texto, el Dalai Lama habla sobre la necesidad de amor como la base de la condición humana que  surge de la profunda interdependencia que compartimos unos con otros. Desde la misma composición de la materia, hasta las cadenas más complejas de cooperación mutua entre insectos, flores y animales, todo surge del reconocimiento innato de interconexión. Así, la propia  existencia humana depende tanto de la ayuda a los demás, que la necesidad de amor y en general, la compasión existen en el nivel más profundo de nuestro ser.

Este principio es fuente de inspiración en otros sistemas educativos. Por ejemplo, en Inglaterra ha habido un crecimiento en las llamadas “Escuelas del Bosque”, (originales de Escandinavia) cuyo enfoque pedagógico busca un diálogo profundo de los niños con la naturaleza.  En ese mismo país, se ha implementado en 370 escuelas la práctica de mindfulness o atención plena, como una estrategia para que los niños se reconecten con sus emociones desde un nivel de escucha y compasión. Ambas propuestas, aunque disímiles entre sí, proponen un cambio en el paradigma educativo en el que las relaciones con nosotros mismos y los otros se den en un ámbito de respeto.

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Nuestra invitación como maestras es que estas palabras resuenen en más espacios educativos en nuestro país. El reconocimiento de interdependencia es urgente, sobre todo en medio de la crisis medioambiental en la que vivimos. Asimismo, donde el miedo a conectarnos genuinamente con nosotros mismos y los demás, nos impide a dar grandes pasos como sociedad. Aprender de números, letras o química es necesario. Más aún, aprender sobre amor, empatía y compasión; en esencia, aprender a relacionarnos desde el altruismo. Tenemos la oportunidad de hacer cambios profundos ya, ahora, empezando con mirar con ojos de niño a todos los seres vivos.

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