En mi experiencia como maestra, me he encontrado varias veces con la idea de lo difícil que se hace trabajar con una aproximación al pensamiento y al aprendizaje, desde la complejidad.
Y ciertamente no es fácil. Entender y llevar a la práctica y al día a día de la escuela los principios de escucha activa, ciudadanía, democracia, de participación y diversidad no es cualquier cosa.
Cómo se hace, cómo se lleva esto al salón, cómo se invita a las familias a construir esta experiencia con la escuela, cómo conquistar y retar la visión que tenemos del mundo, la infancia y la educación.
Cómo comunicar que cuando hablamos de los niños, lo hacemos pensando en la infancia como un territorio construido desde múltiples voces y experiencias, un territorio diverso y de posibilidades. Un territorio que, además, vale la pena defender, porque como dijo Francesco Tonucci hace unas semanas en la I Conferencia Internacional La Ciudad de las Niñas y los Niños:
Una sociedad que piensa con los niños es una sociedad justa para todos.
Entonces… cómo, cómo se hace. Si bien mi trabajo se sitúa en el rol que tengo como maestra de nido, también cabe anotar que soy antropóloga, y eso me ha invitado a entender el rol del docente en términos de su valor cultural, y la investigación como estrategia para construir una visión más amplia de la pedagogía y el pensamiento.
Hace unos meses, empecé un proceso de formación en Investigación, documentación y proyectación, en Reggio Emilia. Si, ha sido una experiencia de mucho aprendizaje e intercambio con otros profesionales. Pero sobretodo, ha sido un ejercicio de alinear la mirada y la práctica pedagógica con las experiencias y las necesidades de los niños. Con las preguntas más que con las respuestas.
Suena bonito, y lo es, pero esto nos pone de frente a la incomodidad que representa la complejidad. Como adultos, buscamos simplificar, optimizar y sintetizar los procesos, pero los niños amplifican, cuestionan y crean. De ahí que el maestro deba desarrollar las habilidades necesarias para seguir estos fenómenos de cerca, ofrecer ambientes ricos y proponer experiencias que reten. En mi experiencia, ese es el corazón de la investigación y la documentación.
Desarrollar la capacidad de indagar de una manera sensible y abierta, nos permite identificar la manera como los niños construyen su propio conocimiento, esto es, a partir de relaciones y conexiones.
Poder hacer visibles estos procesos es una responsabilidad que va más allá del salón. La documentación es una práctica política, es donde abrimos espacios para el diálogo y la construcción, es donde nos hacemos responsables de la dimensión social y cultural de nuestro trabajo.
Hace unos días tuvimos una sesión de retroalimentación con el grupo estudio. Era una sesión para dar seguimiento al proceso de investigación que estamos llevando en grupos. La idea que se ha quedado conmigo desde ese día, es la de la comunicación como un espacio de reciprocidad, un espacio en blanco que contempla la presencia del otro.
Sé que esto puede significar muchas cosas. Para mí, evoca la posibilidad de la pausa, de espacios físicos, mentales y emocionales que contemplan al otro, espacios y diálogos que no sintetizan ni asimilan, sino que invitan y acogen. Creo que en esto reside el privilegio y la responsabilidad de ser docente, somos los garantes de esos espacios, de la diversidad y la democracia.
Escrito por: Catalina Avellaneda, maestra de Nido y antropóloga